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"La batalla por la atención"
El premio Nobel de Economía, Herbert Simon, en un famoso artículo de 1971 titulado “Diseñando organizaciones para un mundo rico en información”, profetizaba:
“En un mundo rico en información, la riqueza de información significa escasez de lo que la información consume. Lo que consume es obvio: la atención de sus destinatarios. Por lo tanto, abundancia de información crea pobreza de atención y el desafío de asignar esa atención escasa de manera eficiente entre la sobreabundancia de fuentes de información que podrían consumirla”.
Los profesores conocemos este problema. Nuestros estudiantes están expuestos a una estampida de estímulos que disputan su atención. El capitalismo comunicacional moderno ha refinado mecanismos para captar esa atención con el objeto de publicitar y vender; en el proceso ha descubierto que lo más efectivo es apelar al resentimiento, rabia, indignación y miedo con contenidos histéricos, violentos y pornográficos. La realidad es que los profesores de colegios y universidades competimos, todos los días, contra esa maquinaria. Usted, colega, no está educando a esos jóvenes, los están educando algoritmos que corporaciones han desplegado para captar su atención y bolsillos.
En Chile pasamos en torno a tres horas al día en redes sociales. Entre los jóvenes es el doble. Si usted compara eso con el número total de horas que pasan, al día, en clase, estudiando, leyendo, socializando presencialmente, practicando artes, manualidades o haciendo deporte, le resultará evidente el problema. Los países más desarrollados pasan menos tiempo en redes sociales. Si Chile pasa tres horas al día, en el Reino Unido y Alemania es una hora y media; en Japón son 50 minutos.
Esto es problemático para un país que necesita avanzar hacia la economía del conocimiento, la innovación y la ciencia. Esas capacidades y competencias no se adquieren en redes sociales. Además, ya partimos atrás: casi dos tercios de la población adulta es deficiente o derechamente analfabeta funcional en destrezas aritméticas básicas o comprensión lectora simple. Ni hablemos de nuestros indicadores de práctica de deporte y salud física.
La era que estamos viviendo tiene un enorme parecido a esa que algunos vivimos cuando se promovía el cigarro en la televisión y cines. También, en esos tiempos, se presentaba al Hombre Malboro como expresión de autonomía y libertad; por cierto, una interpretación de la libertad que promovía adicciones rentables.
La evidencia sobre los efectos adictivos de los algoritmos de estas plataformas es clara. La evidencia respecto de su efecto sobre la salud mental entre jóvenes, patologías autodestructivas, depresión y ansiedad es abrumadora. La evidencia respecto del daño sobre el proceso educativo lo tenemos los profesores, frente a nuestros ojos, todos los días, en la sala de clases.
Necesitamos enfrentar este problema. Es muy posible que terminemos prohibiendo celulares en colegios y bloqueando internet inalámbrico en campus escolares y universitarios, como ya se está discutiendo alrededor del mundo. Pero esto no basta. Necesitamos una batería de políticas públicas para disputar la atención de nuestros jóvenes a esas corporaciones. Convencer a las familias que cambien comportamientos y ayuden. No es fácil, pero se puede. Más deporte, arte y naturaleza; más arreglar el auto o la canaleta del techo; más cocinar y menos encargar; más taca taca. Necesitamos promover esa realidad en que las cosas se tocan, huelen y saben, en que andar sucio y con la rodilla pelada es andar contento, en que la gente es de carne y hueso... y en que todo eso no deja tiempo para las pantallas.
O la otra es que, en éste como en muchos otros temas, nos hagamos los gringos.
Fuente: Pulso, 27 de agosto.