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21 Octubre, 2022

Reseña de "La pandemia neoliberal"

La Revista Mensaje publicó una extensa entrevista al académico del DECON, Ricardo Ffrench-Davis, junto a una reseña de su último libro.

Considerado desde hace años como uno de los académicos que son un referente en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Ricardo Ffrench-Davis ha mantenido intacta su vocación de contribuir a los debates centrales sobre los grandes desafíos de la economía. Lo suyo es, fundamentalmente, atacar los nudos que impidan el despliegue de buenas políticas públicas, idealmente las que favorezcan un “crecimiento con inclusión” que involucre ocuparse de los más postergados. Así, a los 86 años de edad, tras un trabajo de varios meses complejizado por las restricciones sanitarias, hace poco presentó La pandemia neoliberal. Hacia una economía al servicio de la gente. El libro se suma a una veintena de otros volúmenes de su autoría y a decenas de artículos, en los que habitualmente se le ha reconocido su capacidad para integrar variables estructurales con aspectos sociales y de equidad: en el centro, el rol de las instituciones públicas en el diseño de las políticas económicas.

En esta oportunidad, expone diversas causas de los malestares expresados en Chile, así como su apreciación de las políticas públicas desde el año 1990. “Mostramos que no son treinta años —ni cuarenta y seis— y que no son lineales ni similares, pues en realidad se registraron fuertes cambios de políticas a través de los años. Efectuamos evaluaciones y procuramos ofrecer recomendaciones para avanzar en transformaciones estructurales, que posibiliten mejoras persistentes del bienestar de la población, con mejores empleos, aspecto este último que es un desafío crucial para nuestro país”, ha señalado.

Así, en el libro se ofrece un resumen de las políticas económicas y sus resultados entre 1973 y septiembre de 2019. Describe el período de “la Revolución Neoliberal impuesta en Chile por la dictadura, que se ‘contagiaría’ a EE.UU. en el gobierno de Reagan y al Reino Unido con Thatcher, imponiéndose enseguida en el grueso de América Latina por el llamado Consenso de Washington durante la década de 1990: era ya una Pandemia Neoliberal en diferentes variantes”.

Se ocupa enseguida de los rasgos de la globalización económica y el impacto de esta en la economía nacional con sus efectos positivos y negativos. Hace un recuento de lo que considera las causas del malestar ciudadano -y sus implicancias en la menor participación electoral- y menciona “mitos engañosos” que impiden un buen debate, referidos al verdadero nivel del ingreso per cápita de Chile, al insuficiente beneficio que arroja la explotación del cobre y a “siete pecados capitales” que encarna el sistema de las AFP. El libro analiza la situación actual del país, dedicando varias páginas al estallido social, a la pandemia del covid-19, a los retiros de los fondos previsionales y al proceso constituyente. Situándose en tal escenario, se dedica a delinear propuestas para recuperar mejores niveles de crecimiento, explicando que únicamente si los esfuerzos son acompañados de un esfuerzo de inclusión, será posible “un desarrollo sostenido y vigoroso”. Esto implica un examen de los rasgos centrales de las políticas públicas de la “pandemia neoliberal”, para luego resumir lo esencial de un enfoque alternativo que mejore la calidad de los empleos y reduzca brechas regresivas. Tienen un espacio importante algunas propuestas de políticas transformadoras de desarrollo productivo y empleo, con atención a las necesidades de las pymes, las tareas del Banco Central y la perspectiva de “reformas tributarias progresivas y recaudadoras”.

En síntesis, Ricardo Ffrench-Davis concluye que se requiere que, en un proceso gradual, nuestro país cambie sus estructuras hacia una matriz productiva más diversificada, con mayor valor agregado y mayores empleos, de manera de ir acortando las brechas de productividad e ingresos entre ricos y pobres, “lo que es más viable cuanto mayor sea la tasa de crecimiento sustentable que se logre”. Entre sus numerosas sugerencias, se cuentan algunas muy concretas para favorecer el desarrollo productivo, estimular a las pymes, generar un mayor dinamismo exportador con más valor agregado, hacer más eficiente el rol del Banco Central, establecer una Banca Nacional de Desarrollo, asumir un manejo fiscal proactivo con las metas señaladas y hacer reformas tributarias adecuadas a estas.

—Este libro partió por mi inquietud creciente acerca de cómo se iba frenando la economía chilena y su capacidad de satisfacer las necesidades de la gente. Observé un desequilibrio en lo económico, así como aspiraciones de tener un mayor gasto social que no se daban a la par de un mejor financiamiento de ese gasto. Por el contrario, se han asomado factores preocupantes. Por ejemplo, la calidad del empleo y las remuneraciones no han mejorado, aumentando la subcontratación y la informalidad: esta última ha llegado a niveles muy altos en consideración al PIB que tiene Chile… Pues bien, estuve abordando públicamente estos temas desde comienzos de los años dos mil, por lo que la editorial Random House me sugirió dar forma de libro a esas preocupaciones. Tuve mis dudas en un comienzo, pero finalmente me embarqué en el proyecto de este libro, que será el último que escriba en mi vida.

—¿Cómo fue ese proceso de escritura?

En buena medida, coincidió con el covid, de manera que me mantuve encerrado en la casa, trabajando solo. Me costó, entonces: yo estaba muy acostumbrado a sentarme diariamente a conversar con colegas, para alimentar los temas que voy abordando, en una retroalimentación muy enriquecedora. Eso se puede hacer estando presente en la Facultad de Economía y Negocios, pero por las restricciones sanitarias estuve dos años sin ir a ella. De todos modos, en ese período tuve conversaciones telemáticas con muchos académicos y profesionales que aportaron de manera invalorable.

Al servicio de la gente

—No estudié Ingeniería, sino que pensé que podría estudiar las políticas públicas en Economía, acciones que pueden cambiar la vida de la gente. Eso se vincula con el título de este libro, en el que aludo a «Una economía al servicio de la gente». Esta está en el centro de mis preocupaciones y es algo que me lleva a centrarme en intentar explicar qué fue lo que hizo que se acumulara el malestar en nuestro país. Y, por cierto, las causas son varias. Una de ellas es la desconsideración de parte de las autoridades hacia el mundo del trabajo y las dirigencias sindicales. Recordemos cómo durante el gobierno de Patricio Aylwin se reunieron, con gran éxito, el presidente de la CUT, Manuel Bustos, con el presidente de los empresarios, Manuel Feliú. Se hablaron temas vitales allí. Luego, hubo dirigencias sindicales que se fueron sintiendo marginadas.

—Por otra parte, usted habitualmente se ha ocupado de la realidad de la pequeña y mediana empresa, y en este libro realza ese tema.

Las PYMES tienen un rol crítico en la democratización de la propiedad y en la reducción de las brechas de productividad. Ellas son ochocientas mil, que tienen el 50% de la fuerza de trabajo. Necesitamos que se esparza el crecimiento porque, si se esparce, se hace sostenible. Debe ser una tarea prioritaria mejorar la productividad de las pequeñas y medianas empresas, que en nuestro país viven una situación muy desmejorada en relación con lo que ellas viven en los países de mayor desarrollo.

Otra fuente de malestar es la corrupción. No sabemos si lo que ocurría antes era que había una dirigencia más «limpia» y que hoy simplemente se sabe más, debido a que hay mayor transparencia y se filtra más lo que ocurre. Sin embargo, lo concreto es que ha habido más difusión y eso va alejando a la gente, como también lo hacen la mayor inseguridad y la violencia.

—¿Coincide usted en que, en el malestar, también ha influido el surgimiento de mayores expectativas?

Nos fue tan bien como país en los primeros seis o siete años tras el retorno a la democracia, que la gente se acostumbró a que aumentaran el empleo y los salarios. Estos últimos crecieron hasta un 5% al año. Asimismo, las mujeres se incorporaron al mundo laboral de mejor manera. Es decir, todo eso hizo mucha diferencia. El crecimiento de la economía llegó a ser del 7%. Probablemente eso no sea sostenible en un país como el nuestro —aunque Corea sí logró esas tasas durante tres décadas, como también lo hicieron Malasia y Taiwán—, pero de todos modos cabe la pregunta de por qué veinte años después hemos terminado creciendo a tasas del 2%, que involucra un crecimiento de 1% o de 0,6% per cápita. Íbamos acortando distancia con el mundo desarrollado, pero dejamos de hacerlo durante el decenio anterior.

—Ud. describe el impacto que esto ha tenido en el conjunto de nuestra convivencia.

De ese deterioro de nuestro crecimiento económico un efecto, en lo político, es que se dio un grave alejamiento de la población y entonces pasamos, de un 88% de concurrencia a las votaciones de comienzos de los años noventa, a tasas decrecientes de participación: a 50% o menos. Y esto se ha verificado no solamente respecto de las autoridades nacionales, sino también de las municipales, que son las instancias más cercanas a la gente. ¡Es impresionante que el sistema político no haya reaccionado!

"Acá hay inercia"

—De ahí su énfasis en un «crecimiento con inclusión».

Creo en esfuerzos de inclusión en el marco de una democracia representativa que, por ejemplo, busque evitar un sistema de salud colapsado y una educación masiva pero de calidad decreciente, lo cual es una estafa para los niños de menores recursos. Igualmente, que haya preocupación por una educación universitaria que hoy muchas veces genera profesionales sin posibilidades de ejercer aquello para lo que estudiaron y que terminan con salarios bajos. Mi visión es que es necesario que las autoridades retomen —y lo digo, aunque pueda parecer una visión idealizada— algo que estuvo presente en los primeros gobiernos de la Concertación y que fue una inspiración para una construcción positiva del futuro. Recuerdo esfuerzos positivos, como el Foro Trabajo y Equidad, impulsado por la presidenta Michelle Bachelet, pero las propuestas que ahí se hicieron fueron finalmente archivadas. En definitiva, no ha habido un esfuerzo en la línea de lo que el país necesita en los tiempos que corren.

—¿A qué lo atribuye?

A la inercia. Se perdió el ímpetu transformador. Se olvidó que las transformaciones no son algo que se inicia y luego se deja correr solo, sino que son un proceso. Para que el mundo progrese, a las instituciones y actividades hay que incorporarles persistentemente innovaciones y ajustes, con gradualidad pero con visión y coherencia, preguntándose constantemente cómo se debe construir futuro. En Chile eso no se ha dado, sino que por el contrario ha habido conformismo con lo que se hizo en los buenos años. Y se ha pensado que el crecimiento viene espontáneamente, lo que no es cierto. Se piensa erróneamente que basta con mantener el timón fijo y que así se puede mantener el rumbo sobre lo que ya se hizo en años anteriores.

—¿Un efecto de la “pandemia” a la que usted alude?

Le echo bastante la culpa a la difusión de las ideas neoliberales: en su momento, pusimos las cosas en su sitio y ahora el mercado resuelve las que haya que resolver. No. No es así… Por ejemplo, no se impulsaron políticas de desarrollo productivo. Un problema es que la economía, en las décadas recientes, se fue alineando con los modelos complejos, matemáticos, en que ignoran la heterogeneidad estructural que hay en el sistema económico, entre las empresas pequeñas y las grandes, entre el trabajador que tiene dificultad para leer o el otro que tiene un MBA… Y las políticas tienen que considerar muy fuertemente eso. Las políticas públicas deben considerar la heterogeneidad productiva. ¡Nada de normas universales! Y deben focalizar bien y actuando gradualmente, según se va observando si funcionan o no las políticas.

Por otra parte, se dice que Chile es un país exportador, pero llevamos una decena de años con las exportaciones trancadas y tenemos un Banco Central que no reacciona ante las cifras de exportaciones, las que obviamente tienen vínculo con el tipo de cambio. La inestabilidad que ha sufrido el tipo de cambio incide, entre otras cosas, en las decisiones de incorporar valor agregado a las exportaciones. Veníamos de un 10% de crecimiento de las exportaciones en los años noventa, pero esa cifra ha bajado al 1%, es decir, las exportaciones per cápita han decrecido en los últimos años… Acá hay inercia. No hay plena conciencia acerca de cómo las políticas públicas inciden en el crecimiento. Entonces, despertemos, pongámonos las pilas y examinemos todas las falencias que se han ido acumulando.

Por Juan Rauld en Revista Mensaje