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16 Octubre, 2008

Entusiasmar a toda una nación

Una vez más la joyita latinoamericana muestra su cara oscura en los indicadores de competitividad internacional
Una vez más la joyita latinoamericana muestra su cara oscura en los indicadores de competitividad internacional. El reciente informe del World Economic Forum hecho en conjunto con la Universidad Adolfo Ibáñez, sugiere que en las áreas de innovación y particularmente en educación, nuestro país sigue retrocediendo en forma sistemática. Solo una muestra, en educación básica estamos más abajo del lugar cien, una vergüenza nacional. Ello resulta consistente con el diagnóstico que hace el Consejo Nacional de Innovación sobre nuestra débil capacidad de crecimiento económico basado en la “inspiración” y que más bien nuestro sello ha sido y seguirá siendo un modelo de crecimiento basado en la “transpiración”, es decir, a lo bruto. ¿Debería esto quitarnos el sueño? Creo que sí.

En primer lugar están los argumentos económicos. Los hay por miles y tiene que ver con la ya demostrada importancia que tienen la innovación y la educación en mejorar la productividad agregada del país. Nos estamos farreando una gran oportunidad que probablemente no se vuelva a repetir de nuevo en un siglo. La última fue con el salitre. También están los argumentos distributivos. Es cosa de recordar la última campaña presidencial donde todos vendieron la idea acerca del rol fundamental que tiene la educación para cerrar las brechas de oportunidades en nuestra sociedad. Tanto la teoría como la evidencia apoyan esta tesis. Y si esto es así, entonces, ¿porqué no pasa nada?

Respecto a la innovación, hay muchos que no están muy convencidos que estemos tan mal. Algunos argumentan que si innovamos pero que lo medimos mal. Otros que no es necesario pues dada nuestra estructura productiva, no se necesita pues muchas de nuestras exportaciones son commodities, los que por definición, no son sujetos de innovaciones de producto. Hasta algunos plantean que ello es menester de país rico y que no hay que distraerse en tonteras. Y así, suma y sigue. Lo claro es que en innovación vamos para atrás. 

Pero, ¿a quién le importa si se innova o nó? Al gobierno, no le reditúa mayores votos fomentar intensamente la innovación pues sus frutos, a veces fallidos, no son visibles en forma inmediata. A los privados, la incertidumbre que ello acarea es muy elevada, y ante agentes adversos al riesgo, incluyendo a la banca, aún existen alternativas menos volátiles. Y finalmente, los académicos y científicos, muchos de ellos tremendamente innovadores, les falta pertinencia pues nadie se las da, o no quieren que se las den.

Respecto a la educación, la situación es peor. Es cosa de revisar todo lo que se ha escrito, dicho y propuesto sobre nuestra desastrosa situación, y hasta ahora, no se ha hecho mucho. Estamos entrampados en la discusión del lucro, el rol del estado y las formas de financiamiento.

En este contexto es que aparece Educación 2020, liderada por Mario Waissbluth. Da en el centro del problema, al definir metas claras, con plazos definidos en un contexto de insatisfacción colectiva sobre la calidad y relevancia de la educación en nuestro país. No se preocupa del cómo, sino del fondo, similar al famoso discurso de Kennedy cuando propone poner un hombre en la luna antes de que terminaran los sesentas. No dijo cómo había que hacerlo ni creo que haya tenido idea, pero le dio foco, fijó plazos entusiasmando a toda una nación. Eso es lo que consigue Waissbluth, entusiasmar a toda una nación.