Columnas de Opinión
A un mes del terremoto la autoridad estima del orden de US$ 10 mil millones el esfuerzo fiscal requerido para reponer los daños del terremoto de su incumbencia e impulsar la reconstrucción. Asimismo ha delineado las distintas formas en que pudiera financiarse ese esfuerzo: 1) la reasignación o postergación de algunos gastos presupuestados (por ejemplo, la nueva línea del metro); 2) el uso de los fondos del cobre (que, en US$ 11.000 millones, exceden la totalidad de los recursos fiscales requeridos); 3) un mayor endeudamiento, externo y/ o interno, aprovechando la ínfima deuda pública y el excelente nivel crediticio del fisco; 4) una ampliación de la ley de donaciones (la cuál, según el caso, implica un impuesto del orden de 50%); y 5) una mayor tributación, al menos por un tiempo. Como cada uno tiene efectos secundarios indeseados - en postergar la satisfacción de necesidades reales o bajar el tipo de cambio o elevar la tasa de interés y desincentivar la inversión, el Ministro de Hacienda ha abogado por no ocupar un solo instrumento, si no combinarlos, para minimizar los potenciales impactos negativos.
Concuerdo con la autoridad en buscar una combinación de todas estas formas de financiamiento. Sin embargo, ya que la tributación ha despertado la mayor objeción, quisiera centrarme en por qué considero que esta también debe ser una forma significativa de financiar los requerimientos.
Es cierto que los recursos del fondo de estabilización del cobre nos permitirían firmar un cheque por el total y financiarlo sin más. El problema es que esos fondos fueron concebidos para períodos de precios del cobre excepcionalmente bajos. Basta recordar que el precio medio entre 1998-2003 fue de US$ 0,75 la libra, menos de la cuarta parte del precio actual. Y, tristemente así ha sido la historia del cobre durante los últimos 150 años, períodos de bonanza como la actual, seguidos por períodos de precios en el suelo. Para enfrentar esta eventualidad, probabilísticamente segura, es que tenemos esos fondos. Además de servir para amortiguar períodos de precios del cobre en el suelo, estos fondos nos permiten enfrentar crisis internacionales, como la del año pasado. Gracias a esos recursos pudimos seguir una política de fuerte estímulo fiscal y así aminorar los efectos de la crisis.
Por esa misma razón es aconsejable endeudarse externamente y sólo girar parte de los recursos requeridos del fondo de estabilización del cobre. En efecto, los mercados nos prestarían hoy porque el fisco chileno es visto, con razón, como un buen sujeto de crédito. Sin embargo, aunque seamos de bajo riesgo, no siempre se puede acceder a los préstamos cuando se necesitan. ¿Se imagina el lector lo que habría sucedido si el terremoto hubiera ocurrido un año atrás? Por muy buen sujeto crediticio que fuera el fisco chileno, ningún banco le habría prestado, pues la banca internacional misma estaba en crisis. De ahí la importancia también de no girar todo del fondo del cobre si no de endeudarse, al menos en buena parte, ahora cuando se puede.
En cuanto a la tributación, este es importante por varias razones. Primero, dado las circunstancias, todo el mundo entendería la razón. A nadie le gusta pagar más impuestos, pero ¿habrá mayor justificación que ahora, cuando 20% del país ha perdido tanto? Segundo, la tributación nos permite financiar los recursos que tomemos prestados (no son gratis) y de reponer los recursos que tomemos de los fondos del cobre, al menos hasta que este vuelva a alcanzar los niveles considerados prudentes. Tercero, la tributación, al trasladar gasto pero no aumentarlo, no tiene un impacto negativo sobre el tipo de cambio, cosa que sí pueden tener un mayor endeudamiento externo o el uso de los fondos del cobre.
Estoy en la minoría que considera sensato aumentar todos los impuestos en el mismo porcentaje, al menos como primera aproximación. Al no concentrarse en uno o dos impuestos, si no en todos, el incremento medio en el impuesto será menor, por lo que se reducen los efectos negativos y distorsionadores de los mayores impuestos. Asimismo deja en claro que la reconstrucción es tarea de todos, al menos del 80% que no sufrió daño significativo.
Por ejemplo, si se quisiera recaudar US$ 1.000 millones al año más por 5 años, esto significaría que el impuesto medio subiría del orden de 3% (no en tres puntos porcentuales, si no en 3%). A partir de ese porcentaje, haría un “fine tuning”, elevando algunos algo más (tal vez el de las empresas y sociedades así como el de los “males” – cigarrillos y polución), otros algo menos, el IVA (por su efecto regresivo). En efecto, creo que es una mala señal frente a una catástrofe de esta naturaleza, que se indique que “otro” deba pagar (las mineras, las empresas grandes, etc.). Soy de los que concordaba con las candidaturas de Frei y de ME-O que el país requiere una reforma tributaria profunda, haciendo la tributación más justa y eficiente, y eliminando exenciones indebidas. Mas esa es una reforma estructural de largo alcance que amerita reflexión y amplia discusión.
En cambio, en este momento, frente a esta crisis, me parece que todos (los salvados) debemos pagar, aunque, por cierto, en proporción a nuestros medios, bastante más los que tienen más, bastante menos los que tienen menos. Mas, la filosofía sería que la redistribución principal es del 80% que perdió nada o casi nada (y esto incluye el 80% de las PYMEs y de las personas) a favor del 20% que sufrió y sigue sufriendo tanto.
Joseph Ramos
Profesor Titular del Departamento de Economía de la Universidad de Chile. Sus áreas de investigación incluyen políticas de empleo y de remuneraciones, política macroeconómica, políticas tecnológicas y de desarrollo productivo. Llegó a Chile como Profesor Visitante de la Fundación Ford en la Universidad de Chile. Luego trabajó 10 años como economista senior en el programa de Empleo para América... Ver Más
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