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2 Junio, 2008

O. Landerretche: RECORDANDO A DOT

(La Nación Domingo, 01/06/08) El exilio condujo a que viviera una parte sustancial de mi niñez en Inglaterra, país que hasta el día de hoy siento como propio

(La Nación Domingo, 01/06/08) El exilio condujo a que viviera una parte sustancial de mi niñez en Inglaterra, país que hasta el día de hoy siento como propio. Las peripecias académicas y profesionales de mis padres condujeron a que residiéramos por varios años en una antigua ciudad del suroeste de la isla que se llama Gloucester (se pronuncia Gloster). La ciudad existe desde los tiempos romanos (se llamaba Glevum), y tiene una majestuosa catedral gótica en la que se han filmado buena parte de las escenas en Hogwarts de Harry Potter. Aparte de lo anterior, Gloucester es una ciudad promedio inglesa en la que se vive la vida normal de ese país. El barrio en que vivíamos (que se llama Longlevens) era un clásico barrio de homogéneas casas de ladrillo en que residía gente de clase trabajadora o militares, y en el que las personas con mayor nivel académico eran justamente mis padres. Durante esos años asistí a un colegio promedio de clase trabajadora inglesa y vestí el uniforme gris. Siendo un colegio promedio tengo claros recuerdos de los recursos académicos a los que tuve acceso, como por ejemplo clases de violín que eran completamente gratuitas (incluyendo el instrumento). Tengo el recuerdo, además, de cómo se me formó en ese lugar hábitos de lectura y estudio que me marcaron por el resto de mi vida.


Pero ocurre que la persona que más recuerdo de Gloucester no son los profesores o el director del colegio, no es mi profesora de violín ni mis compañeros, sino a Dot.


Dot era la suplementera del bario; atendía el equivalente inglés del quiosco de la esquina, vendía diarios, revistas y dulces. El nombre verdadero de Dot no lo recuerdo, pero todos le decíamos así (dot significa punto en inglés) debido a un inmenso lunar que lucía en una de sus mejillas.


La razón por la que recuerdo a Dot es muy simple. Siendo ella una suplementera, todos los niños sabíamos que ante ella teníamos que comportarnos con buenos modales. En particular era muy importante que pidiéramos las cosas por favor y diéramos las gracias. Si uno no lo hacía ella no te vendía, siendo una persona muy humilde, prefería no venderte y que uno tuviera que volver a la casa a explicar que no había podido traer el diario porque no había sido lo suficientemente cortés. Además ella no te vendía todas las golosinas que tú podías comprar y silenciosamente reportaba al policía  o directamente a los papás sobre los niños que repentinamente aparecían con sumas de dinero excesivas. Su vida no consistía solamente en sobrevivir, sino que además, en educar. Siendo una suplementera que tengo dudas que haya completado su propia ecuación escolar. Tuvo un impacto enorme en la vida de mis amigos y mía. Su legado educativo ha cruzado el mundo y no tuvo que sacar ninguna maestría en pedagogía en ninguna parte.


Pero Dot era parte de algo más grande. Dot era parte de una comunidad donde había muchas personas que tomaban cotidianamente la decisión de ser educadores. Los conductores de los buses, los policías que eran verdaderos trabajadores sociales, los vecinos, el personal de limpieza del colegio. Mi recuerdo es que eran personas honestas y decentes a quienes les importaba mucho como uno se comportara.


Dot era además parte de un sistema educativo que no tenía como único instrumento el colegio. El sistema educativo incluía la bibliotecaria pública que era capaz de viajar a otra ciudad para conseguirnos libros atractivos en los temas que nos interesaban, el club deportivo, las actividades de los sindicatos, por supuesto la iglesia anglicana y sin ninguna duda la radio y televisión pública de la BBC que lleva décadas renovándose constantemente y luchando por educar al mismo tiempo que entretiene (¿sabía que el sistema de canales Discovery fue fundado por un consorcio de la BBC?). La gracia, por supuesto, de tener todos estos diferentes instrumentos de educación pública es que se apuntalan y complementan entre ellos.


Lo más notable de todo es que muchos años después, en una discusión sobre políticas públicas con algunos compañeros del Partido Laborista inglés, les narré mi recuerdo de Dot. Ellos mencionaron que en los años sesentas se establecieron explícitamente políticas públicas para capacitar a actores sociales como los que he mencionado en prácticas que contribuyeran a disminuir los comportamientos antisociales y a fortalecer las comunidades obreras. Posiblemente lo que yo viví fue una expresión de ello. De todos modos prefiero pensar que Dot respondía a su sentido de deber cívico y no a un procedimiento mecánico sacado de un manual o un seminario. 


Es natural que nuestro debate local sobre el tema de la educación se centre en la institución de los colegios. Es evidente que nuestros colegios no están desempeñándose a un nivel adecuado. El sistema de subvenciones no está rindiendo de acuerdo a la teoría y la educación pública claramente no está logrando el rendimiento que todos quisiéramos. Cuando recuerdo a Dot, no puedo evitar preguntarme si no estaremos ignorando al resto del sistema educacional. No puedo evitar preguntarme si estaremos dejando de lado ciertas complementareidades cruciales. ¿Podemos realmente mejorar nuestra educación si es que no hay un significativo esfuerzo educativo a través de la radio y televisión pública? ¿Podemos realmente mejorar si es que no logramos que todos los ciudadanos asumamos nuestro rol como educadores? ¿Qué tipo de políticas públicas pueden fomentar esto? ¿Basta con la realfabetización y nivelación de estudios adulta? ¿No son los policías parte del sistema de ecuación? ¿Los conductores de buses? ¿No debiera el estado preocuparse y gastar de que ellos también provean el bien público que se genera en el trato? ¿Y las personas que atienden a niños en almacenes y tiendas? ¿No será ese también un frente en la batalla por levantar a nuestra nación desde su ignorancia, incivilidad y mediocridad?


En eso pienso, recordando a Dot.