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20 Agosto, 2007

R. Bergoeing: COMPRAR EL DESARROLLO

Esperar que las empresas paguen sus sueldos desde la caridad es una ilusión

Esperar que las empresas paguen sus sueldos desde la caridad es una ilusión. Prefiero pensar que existe la oportunidad para que, desde la política pública, generemos las condiciones que permitan ingresos mayores.

Monseñor Goic debe estar conforme. Desde que planteó un sueldo ético, todos hablamos de ello. Como académico, considero este debate necesario; y desde la economía, pertinente. Porque Chile enfrenta hoy una combinación afortunada de sucesos que, de ser aprovechada -y a diferencia de lo que ocurrió tras el auge del salitre- nos permitiría desarrollarnos rápido. Qué sabemos: la manera más eficaz de reducir la pobreza es creciendo; la principal fuente del crecimiento es la eficiencia; la eficiencia es baja en Chile, porque hacemos mal lo que otros hacen bien; y esto ocurre porque existen grupos privilegiados que rentan al bloquear la adopción de tecnologías y procesos productivos superiores. Desde la eficiencia, pero también desde la ética, debemos eliminar estas barreras al desarrollo. Pero para ello se necesita dinero, algo que en Chile hoy abunda. 

Las cifras fiscales hablan por sí mismas: terminaremos el año con 17 billones de dólares en el exterior y un superávit fiscal de 7,1% del PIB. Probablemente el año 2009, ad portas de la elección presidencial, tendremos casi US$ 30 billones acumulados en el Fisco. Dado que pronto comenzará la discusión presupuestaria, preguntarse qué hacer con esta plata es apropiado.


Me asombran los que piden hacer nada, amparados en que estos recursos son transitorios. Los fondos acumulados, sólo por sus intereses, generarán ingresos permanentes de US$ 2 billones anuales. Pero esto es sólo lo obvio pues, bien invertidos, dichos excedentes podrían financiar reformas que mejoren nuestra productividad, principal causa de nuestra brecha con las economías avanzadas. Así pasaríamos desde un deseo, como el de monseñor Goic, a una realidad, como la alcanzada por los países ya desarrollados. Porque esperar que las empresas paguen sus sueldos desde la caridad es una ilusión. Prefiero pensar que existe la oportunidad para que, desde la política pública, generemos las condiciones que permitan ingresos mayores.


Entonces, ¿qué podría hacer la autoridad con sus excedentes para promover un piso de ingresos más alto? Un impuesto negativo al ingreso familiar, como el planteado por Sebastián Piñera y Joseph Ramos, lo haría. Pero para lograr el mismo fin con más dignidad sería mejor que estos recursos financien reformas que aumenten nuestra eficiencia, permitiendo mayor empleo y salarios. Las alternativas son muchas, pero en esta ocasión quiero proponer un camino provocativo: comprar el desarrollo. Esto es, pagar a los grupos de interés que bloquean la adopción de formas productivas superiores para que dejen de hacerlo.


La existencia de grupos que rentan a costa del bienestar del resto de la sociedad se debe a la falta de competencia. Este diagnóstico es compartido, entre otros, por Eduardo Engel y Patricio Navia en su libro reciente, y por Claudio Agostini en Qué Pasa, en marzo pasado. Algunos ejemplos: profesores municipales disculpados de rendir examen, agricultores que viven de las bandas de precios, funcionarios públicos inmovilizados, empresarios en regiones extremas subsidiados para no esforzarse, y transportistas de tierra y mar que se hunden en la ineficiencia. Todos ellos corroen la economía explicando parte sustancial de nuestro bajo ingreso. Pero el ámbito de estos grupos es más amplio, abarcando, entre otros, a los notarios y conservadores que reinan como si tuvieran sangre azul, a los oftalmólogos que permiten largas colas en los consultorios, a las AFP y sus altas comisiones y a las universidades del Consejo de Rectores que deciden por sí mismas lo que está bien o mal. En cada caso la ley -o la historia- ha generado un derecho adquirido. Usted dirá que si estos grupos ya han gozado de un privilegio por años, por qué compensarlos. Porque simplemente no sé cómo eliminar estos privilegios para permitir el cambio institucional necesario que imponga en estos sectores criterios de eficiencia globales. Además, esto no es inusual: el cierre del mineral de Lota y la modernización portuaria resultaron de compensaciones similares.


La estabilidad macro nos permitió superar a Bolivia, pero será el avance institucional microeconómico, mediante la eliminación de privilegios como los mencionados, lo que nos permitirá alcanzar a Irlanda. Cuando esto suceda, la discusión sobre cuánto salario es ético será menos relevante. Nos farreamos la oportunidad que nos ofreció el salitre, espero que sí aprovechemos la que nos ofrece el cobre.

Descargar columna Raphael Bergoeing.