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8 Abril, 2008

R. Bergoeing /R.Soto: UNA UNIVERSIDAD TOP 100 PARA CHILE

(La Tercera, 05/04/08) Steve Jobs, creador de Apple, dicta una charla mensual en alguna universidad

(La Tercera, 05/04/08) Steve Jobs, creador de Apple, dicta una charla mensual en alguna universidad. No es que le sobre el tiempo. Según contó recientemente, va a las universidades en busca de las mejores mentes e ideas para su empresa. No es raro que las encuentre, porque según el Academic Ranking of World Universities 2007, 58 de los mejores 100 centros académicos están en Estados Unidos. Jobs sabe que el conocimiento es clave para la productividad y el éxito empresarial. La evidencia muestra, además, que es precisamente la productividad la que explica por qué algunos países son más ricos que otros.


Nuestra realidad es distinta: las dos únicas universidades chilenas en el ranking (PUC y U. de Chile) se ubican sobre el puesto 400. Por ello, aplaudimos el desafío planteado por sus rectores: ubicarse entre las 100 primeras del mundo. Pero alcanzar esta meta no es asunto trivial. Debemos partir por entender qué es una universidad top 100 y luego plantear una agenda realista que defina cómo avanzar en esa dirección.


¿Qué significa entonces ser una universidad top 100? Existen varios rankings, y aunque los criterios varían, las coincidencias abundan: las variables relevantes son la calidad de los alumnos, la calidad de los profesores (medida mediante sus distinciones, sus afiliaciones académicas y el nivel de su producción científica), los doctorados otorgados y los montos destinados a investigación. Las cifras abruman. El presupuesto anual, sólo para investigación, de la universidad ubicada en el lugar 100 (la Universidad de Iowa) es de US$ 350 millones, dos tercios provenientes de fuentes públicas; esta recibe además donaciones privadas por US$ 100 millones anuales; 25 de sus profesores son miembros de la academia norteamericana; y gradúa 350 doctorados por año. ¿Cuán lejos están nuestras universidades líderes? Ambas son comparables a Iowa en términos del total de alumnos  (25 a 30 mil), pero ahí terminan las similitudes. Los fondos de investigación y las donaciones anuales no alcanzan a US$ 30 millones y gradúan en promedio menos de 75 doctorados por año. De acuerdo al Consejo de Rectores, el estado chileno transfiere menos de US$ 50 millones a cada universidad. Por último, mientras en Chile sólo 10% de los alumnos son de post-grado, en Iowa es más del doble.


Pero no todo es un problema de asignar fondos públicos. El sector privado también es clave. No sólo a través de la filantropía, sino mediante una interacción provechosa que, como en el caso de Apple, se traduzca en un trabajo conjunto entre empresas y universidades. Aquí, nuevamente el diseño de la política pública es crucial. Un ejemplo ilustra. Chile destina a investigación y desarrollo menos de medio punto porcentual del PIB. Estados Unidos destina 5 veces más y Europa 4. Una mirada por áreas, sin embargo, sugiere que también hay problemas de focalización. Las ciencias básicas (matemáticas, biología, y física, entre otras) concentran más del 70% de todos los recursos destinados a investigación en Chile. De hecho, como proporción del PIB, este gasto es sólo ligeramente inferior al de Estados Unidos. Porque nuestro déficit está en la investigación aplicada y en el desarrollo experimental, típicamente conducido al interior de las empresas y en coordinación con universidades. En este caso, la distancia con Estados Unidos es más de 20 veces. Diferencias entre la política de innovación chilena y norteamericana podrían ser la explicación. Mientras en Chile optamos por crear un Consejo para la Innovación que nos dirá desde la autoridad qué hacer, en Estados Unidos se procede de manera descentralizada, permitiendo a las empresas exenciones tributarias que permiten cargar como gasto los recursos involucrados en innovación. De hecho, para explicar su posición rezagada en los rankings, la Asociación Europea de Universidades identifica como la razón del éxito de las universidades americanas a la combinación de una educación masiva de pregrado con una exigente educación de postgrado, financiada por fondos asignados de manera competitiva y descentralizada.


Pensamos que alcanzar el lugar 100 debe ser un objetivo de largo plazo para nuestras universidades. Pero la estrategia para lograrlo debe ser definida sobre la base de metas de corto plazo realistas. De lo contrario, en 20 años más estaremos nuevamente planteando la necesidad de alcanzar el top 100, y desde la misma posición rezagada que tenemos hoy.